Por
la mañana va muy cargado con sus llaves a abrir las cincuenta puertas del
castillo. El señor LL es muy educado y siempre saluda a todo el mundo. El Sol,
que es madrugador, también sonríe contento cuando ve que se levanta tan
temprano como él y le envía el mejor de sus rayos a través de la ventana para
saludarle.
Abrir
todas las puertas le cuesta mucho esfuerzo y acaba cansado y sudoroso.
Lo
peor es cuando llueve, porque se moja como un pez y a él no le gusta estar
mojado. Prefiere ver llover detrás de los cristales, calentito. Menos mal que
su primo, el lechero L, le prepara rápidamente un vaso de leche bien caliente
para que se la beba
mientras
se cambia de ropa.
Por
la tarde, cuando el Sol se esconde detrás de los tejados y de las montañas,
nuestro portero LL, vuelve a coger las llaves y a cerrar todas las puertas,
para que nadie moleste a la familia real mientras duerme.
Cuando
se rompen, arregla las llaves de todas las puertas, y en los ratos libres llama
a su primo y fabrican paraguas.
Un
día cuando fue con sus llaves preparado para abrir las puertas, oyó que alguien
le decía: Vete..., vete…, vete; Se volvió y, como no vio a nadie, siguió su
camino, pero otra vez volvió a oír lo mismo. El señor LL empezó a enfadarse,
continuó andando y volvió a oír de nuevo muy cerca: “Vete, vete y vete, estás
sordo o qué te pasa? Sintió un golpe en un hombro y... vio a un loro, de todos
los colores que, con las alas levantadas, le quería dar otro golpe con el pico,
porque creía que no le hacía caso.
Había
entrado por una ventana muy alta, que no se cerraba nunca. Hablaba con tan mala
educación porque se había escapado del País de los Gigantes. Menos mal que
nuestro portero LL y su primo L se dedicaron a educarlo bien, y al fin
consiguieron que pidiera las cosas por favor, que diese las gracias y que
saludase correctamente. Se convirtió en un animal de compañía y en la
admiración de todos los habitantes del país de las letras.
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